«El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano».
Desde hace algunos años, parece que en Venezuela escasean todas las cosas de primera necesidad. Las cosas que no se comen, por las que no tenemos que hacer cola, ni las cuentan dinero sentimos que están desapareciendo también, pero, a diferencia de la harina, el jabón de baño y el pollo, nadie parece preocuparse demasiado.
El amor siempre se nos ha antojado como algo más o menos difícil de explicar. Hemos aprendido, para bien o para mal, que solo se ama a un grupo de personas selectas y que esto se demuestra de formas muy específicas. Amo a mis padres porque me dieron la vida, amo a mi pareja porque también me ama a mí, amo a mi mascota porque me da compañía. Y así sigue la lista de nuestros afectos que cada vez más se parece a una lista de deberes más que de alegrías. Muchas veces, más en una realidad donde encontrar lo material es lo más imperioso para la vida, las demostraciones de este amor se traducen en obsequios materiales y entonces amar se convierte en sinónimo de comprar.
Pero yo estoy dispuesta a decir que nos hemos conformado con una definición muy cómoda del amor. Es muy fácil “amar” a quien sé que también me ama, es muy cómodo “amar” solo el 14 de febrero o el segundo domingo de mayo. Y creo que eso a lo que hemos llamado “amar” no es realmente amor. Porque yo concibo el amor como una forma de vida.
El amor no se limita a las expresiones específicas que tenemos con las personas con las que compartimos lazos. El amor no tiene un fin específico y amar no es cómo actúas sino con qué ojos ves esas acciones. Amar es vivir con la pasión del amante, la misericordia del padre, la calidez del buen amigo y la fidelidad del compañero. Amar no significa tener un objeto del amor, sino sentirse amado y, más aún, en la capacidad de amar.
Y lo más hermoso de este amor es que no lo hemos perdido. Porque aunque hay colas kilométricas afuera de las supermercados, aunque los hospitales estén más enfermos que sus pacientes, aunque los medios de comunicación nos hayan engañado tanto. Aunque Venezuela esté apenas empezando a cicatrizar una herida muy profunda, siempre habrá quien te aguante el ascensor cuando te vea llegar desde lejos; quien eleve una oración por los enfermos que no conoce; quien lleve a su hijo a la clase de béisbol, o de violín, o de matemáticas. Eso solo puede significar que aún existen los que ayudan, los que arriesgan, los que creen… en suma, los que aman.
Deborah Rodríguez
Estudiante de Comunicación Social, UCAB. Community Manager. Promotora de lectura.
@RRDeborah